El retorno del aura

De musiki

Una manifestación artística tradicional podría considerarse, entre otras cosas, la puesta en público de lo íntimo. En la mayoría de los casos el artista desea comunicar a través de su obra un conjunto de subjetividades que hablan de su forma de pensar. De esta manera queda expuesto ante un público que recibe e interpreta la obra en base a las competencias que posee. Primero reconocidas como instrumento de magia y luego como artísticas, estas obras (por ejemplo: escultura de un Dios) estaban al servicio del culto. Luego, a finales del Siglo XIX encontramos las obras exhibitivas , las cuales, a diferencia de las tradicionales, se predisponen a la masificación. Como expone Benjamín “a medida que las ejercitaciones artísticas se emanciparon del regazo ritual, aumentan las ocasiones de exhibición de sus productos”, es decir, la masividad de exhibiciones modifica cualitativamente a la obra de arte convirtiéndola en accesorio. Los casos pragmáticos serian la fotografía y el cine. Sin embargo esta situación pierde potencia en la actualidad, debido a que los medios tecnológicos posibilitan la exhibición de cualquier persona que tenga la intención de hacerlo. Hoy el exponerse se hizo moneda corriente y esto hace que la forma de comunicar que posee tanto el arte tradicional como el exhibitivo se vea afectada. Expresiones como “confirmado ya no queda público, son todos músicos” demuestran irónicamente esta problemática actual.

A principios de los 90 aparecieron diferentes manifestaciones artísticas donde el espectador ya no cumplía un rol pasivo, como sucede con las obras de arte tradicional y exhibitivo, sino que era parte de la obra, ayudando a terminar su forma mediante la interacción con el material. De esta manera se generaban relaciones sociales entre los participantes quienes eran expuestos a diferentes situaciones. Esta experiencia fue denominada por Nicolas Bourriaud arte relacional. Esta nueva estética se desarrolla en un contexto de creciente avance tecnológico, acortamiento de las distancias y aumento en el flujo de la comunicación. Hoy a casi 20 años de su presentación en 1998 esta situación es mucho más avasallante. La desaparición de la dimensión relacional es casi un hecho debido a la alienación que sufren las urbes con la tecnología. Los celulares son los medios de comunicación entre personas, las redes sociales la forma de divulgación y exposición entre los individuos, las computadoras son transmisoras de información y la televisión, fuente de entretenimiento. Los artistas de la década de los noventa observaron esta situación y por medio de sus manifestaciones generaron espacios donde la obra de arte ya no era un lugar de contemplación silenciosa, sino un momento para relacionarse.

La cronología que presentan las obras artísticas son descriptas por Benjamín de la siguiente manera: el arte comienza teniendo un valor cultural con hechuras que están al servicio del culto. El hombre en la edad de piedra que dibuja un alce en su cueva, a pesar que se lo muestra a sus congéneres, está destinado a los espíritus y lo trata como un instrumento mágico.

Luego ese valor cultural empuja a la obra de arte a mantenerse oculta (ciertas estatuas de dioses son ocultadas al público) – con el paso del tiempo este arte ligado a lo cultural, se desliga de lo ritual, perdiendo vigencia y desplazándose hacia un arte con valor exhibitivo. Al aumentar cuantitativamente la capacidad de exhibición, en la época de la reproductibilidad técnica, el arte exhibitivo reemplaza al cultural modificando su naturaleza, pero este no cede sin resistencia. Durante el auge de la fotografía el retrato fue el último bastión de cultura. “el valor cultural de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos.” (“Vibra el aura de la expresión humana”).

A partir de los años 70 y sobre todo en los años 90 la soberanía del exhibicionismo pierde su liderazgo, debido a que su destrucción estaba implícita en su propia naturaleza. La cantidad de exhibiciones es aumentada por las capacidades tecnológicas de manera tal que termina afectando, por la multiplicación de muestras, a la percepción artística. Esto permite que los artistas posen su mirada en el público, en la participación, en las relaciones humanas. Pasando así del arte Exhibitivo al relacional, el cual retoma “el aura de la expresión humana”. Podríamos afirmar entonces que el arte relacional retoma lo cultural y permite la vuelta del aura, pero esta vez como dice Bourriaud “el aura del arte ya no se sitúa en el mundo representado por la obra, ni en la forma misma, sino delante, en medio de la forma colectiva temporaria que produce al exponerse.”

En la obra de arte tradicional el espectador es quien termina creando la forma a través de su proceso cognitivo, ya que él mismo es quien percibe la creación del artista (quien pone las reglas del “juego”). Aquí la presencia física juega un rol fundamental para poder comprender el objeto cultural.

En la época de la reproductibilidad técnica la masificación producida por la fotografía y sobre todo por el cine cambia la reacción del público frente a la obra. Las ejecuciones que expone el cine son pasibles de análisis mucho más exactos que por ejemplo un cuadro y el teatro. Una escena puede ser grabada muchas veces hasta lograrla, en el teatro no. Esta situación favorece la interpretación reciproca de arte y ciencia.

Apenas puede diferenciarse si la toma de un movimiento de un musculo facial a través de un lente, atrae más por su actuación que por la utilidad científica. A diferencia del ojo, la cámara permite otra concepción de la forma.

Por otro lado aparece el arte relacional donde el espectador participa en la forma de la obra directamente y a su vez, su acción, es reciproca de la acción que lleve a cabo otro participante, que luego hará este mismo proceso. Todo esto lleva consigo un “intercambio” que genera enlaces entre los distintos espectadores de forma tal que se crean micro-comunidades en las cuales se establecen relaciones.

En la obra de Gonzalo Pedraza (Colección de imágenes 2017) se realizó la siguiente pregunta a mil jóvenes de entre 13 y 18 años: ¿Qué ves cuándo ves? Cada uno reflexionó sobre cómo ve, en qué se fija, y cómo, en definitiva, construye su imagen del mundo. Sus respuestas se materializaron en fotografías que fueron enviadas al centro cultural Recoleta. Se imprimieron en imanes, creando una colección de imágenes de 1000 formas de ver.

Cada una se expuso en la sala Cronopios, en una serie de bibliotecas metálicas ubicadas en el centro del espacio. Luego el público además de ver las imágenes de otros, es invitado a intervenir y convertirse en el curador de la exhibición: puede elegir las que más le interesen y llevarlas a un grupo de habitaciones metálicas al fondo de la sala para crear su propia muestra. El público puede crear y ver la creación de otros públicos, quedando ambigua la relación entre espectador y obra. La obra relacional de Pedraza es una ficción subordinada a un tiempo de interacción entre los participantes, un momento conducido por el artista pero con múltiples posibilidades. Esta multiplicidad de posibilidades responde al avance tecnológico y da cuenta de la situación actual, el arte relacional nace de una interpretación del presente.

Por otro lado Jen Haaning difunde por alto parlante historias chistosas en turco en una plaza de Copenhague (Turkish Jokes 1994) produciendo en el momento una micro-comunidad donde los inmigrantes se unen en una risa colectiva que invierte su situación de exiliados. Aquí la percepción del artista es parte de lo comunitario. El espacio para la relación se crea por la identificación con el lenguaje. La artista Francesa Sophie Calle en su obra cuídese mucho (2017) estrenada en el centro cultural Kirchner le pide a 107 participantes que comenten la carta que recibió vía e-mail al ser dejada por su amante.

Algunas de las respuestas son en video y eso es lo que se ve en las pantallas de la sala donde se expone la obra. Algunos son de mujeres famosas: la cantante y performer Laurie Anderson, la cantante de fado Misia, las actrices Jeanne Moreau y Victoria Abril. Aquí la artista francesa pone en evidencia un objeto íntimo como una carta que recibió por-mail de parte de su amante, pero no expresa, como podría serlo en la obra de arte exhibitiva, la sensación que eso le produjo. El que se expresa, dándole forma a la obra, es el público. El espectador/participante ya no contempla la obra de arte silenciosamente, intentando descifrar alguna de las subjetividades propuestas por el artista, sino que es él mismo el que manifiesta su manera de ver, dándole forma a la propuesta artística. El papel de exponerse es invertido.

La forma en el arte relacional solo se da a través del intercambio entre participantes, que ponen de sí su capacidad de discernir para generarla. El artista se introduce en esas relaciones, generadas a través de los intercambios, para extraer formas que conecten con lo cultural. A través de la multiplicidad de interacciones y la imprevisibilidad de la dirección que puede asumir la obra se construye la forma, ésta puede ser cambiante durante la experiencia. Lo anteriormente dicho no quiere decir que las obras son informales, sino que puede asumir varias formas según las participaciones. La misma obra vista por un mismo participante en dos momentos diferentes podría asumir dos características diferentes “La obra contemporánea es más bien una duración por experimentar” (Apertura posible hacia un intercambio ilimitado) - Bourriaud propone llamar “formaciones” en vez de formas. “Lo opuesto a un objeto cerrado en sí mismo por un estilo o una firma.” Alegando que no hay formas en la naturaleza y afirmando que lo que ayer era “informal” ya no lo es hoy.

En la exposición de Carsten höller “Decisión” en Hayward Gallery el objetivo es transformar la experiencia física y mental de los participantes con una serie de entornos experimentales, de manera que los lleve a cuestionar sus percepciones habituales y el comportamiento humano. Los participantes deben tomar decisiones que los llevan por experiencias diferentes en la exhibición, empezando por la entrada donde se puede optar por dos caminos, además pueden tomar las píldoras que se encuentran en el suelo y abstenerse a los efectos desconocidos o en “The Pinocho effect” con una tecnología simple se puede tener la sensación que les crece la nariz y al final tener que tomar una decisión dramática para salir de la galería, entre otras cosas. Esta exhibición pone en evidencia como la forma relacional es abierta. Inclusive el autor propone, en la toma de decisiones que deben asumir los participantes, motivos recurrentes, dobles, espejados, lo que lleva a preguntarse al espectador como elegir entre cosas que en la superficie parecen idénticas.

Valdría aclarar que las obras de arte relacional se realizan para un público determinado en un momento determinado. La micro-comunidad que se genera debido a la propuesta artística presentada tiene dos características esenciales que permiten la manifestación del aura: La primera es la originalidad, el aquí y el ahora que presentan estas obras es irrepetible debido a su carácter. El público que participa no es siempre el mismo, por lo tanto la repetición técnica no puede darse. Su presencia deja de ser masiva para convertirse nuevamente en irrepetible.

La segunda es la autenticidad “la cifra de todo lo que desde el origen puede trasmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica.” La autenticidad en la obra relacional la valida la comunidad espectadora y se encuentra en la interrelación de las percepciones de los sujetos. A diferencia de la lejanía del objeto se encuentra la proximidad de los sujetos. La originalidad y la autenticidad de la obra de arte relacional, la validan los sujetos que participan en la exposición, ya lejos de buscar su comprobación en grupos cualificados, a saber, corrientes literarias, feministas, grupos elitistas, etc. El arte se vive y no solo se contempla. Es un momento por experimentar, más que un espacio para transitar, donde juegan las emociones y las historias personales. “Momento de asociación libre.”

En conclusión creemos que el logro de la obra de arte relacional es revivir el aura que se había perdido a partir de lo que Benjamín denomina la época de la reproductibilidad técnica, de la cual se desprendió una teología negativa en figura de la idea de un arte “puro” que rechazaba las funciones sociales. Esta problemática devino en su opuesto, la estética relacional, basada en las relaciones sociales, las cuales sepultan la fugacidad y repetición de este arte exhibitivo, para reemplazarlo por la singularidad y perduración.

La índole original del arte que encontraba su expresión en el culto mediante rituales, primero mágicos y luego religiosos, lo hace hoy sobre las relaciones sociales, por más secularizadas que éstas puedan estar. Sin embargo la limitación que tiene este arte con respecto al exhibitivo es la posibilidad de mostrar lo maravilloso, lo sobrenatural, lo incomparable, lo cual le sienta mejor al mundo de las imágenes que al de las relaciones sociales. Esto habla de que el objetivo estético del arte relacional no se basa en la búsqueda de una realidad ilusoria, de la creación de utopías, sino que trata de lo cotidiano, lugares concretos. Si esto es un valor o una perdida es una pregunta de otro escrito.

Lo que si podemos afirmar es que las corrientes artísticas se van desplazando, a medida que transcurren las etapas, hacia diferentes polos y tanto en unos como en otros dejan su legado.

[1] [2]

  1. BENJAMIN, WALTER “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” México, Ítaca, 2003.
  2. BOURRIAUD, NICOLAS, Estética Relacional, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2006.