Comunidad de la Piedra Milenaria

De musiki

Comunidad de la Piedra Milenaria

La comunidad de la Piedra Milenaria es un grupo de personas asentadas en la región del Valle de Traslasierra, en Córdoba, Argentina, cuya cultura gira en torno a la comunicación que establecen con una piedra que se encuentra en esa misma zona, a la cual llaman la Piedra Milenaria.

Historia y origen

Poco después de la fundación de la ciudad de Córdoba en el año 1573, el capitán Hernán Mejía de Mirabal tuvo a cargo una expedición hacia lo que hoy es el Valle de Traslasierra, con el propósito de realizar un relevamiento de poblaciones y riquezas, especialmente mineras. En esa época la zona estaba habitada por los pueblos hênîa-kâmîare, vulgarmente conocidos como comechingones, los primeros habitantes de Traslasierra que se establecieron en poblaciones. El cacique Tacú Tuilán, cabeza de un pequeño clan de estos pueblos, estaba en busca de alimentos junto con un grupo de cazadores-recolectores el día que arribaron los ocupantes. Iba bordeando el río Panaholma cuando avistó un enorme algarrobo que se inclinaba sobre el agua. Subió al árbol para recolectar sus frutos y en un mal movimiento cayó al río, cuya corriente lo arrastró hasta un paisaje de grandes piedras y pasto seco. En cuanto pudo liberarse de la fuerza de la corriente, comenzó a caminar por las piedras, buscando un lugar para sentarse y secarse. A medida que avanzaba, las piedras se volvían cada vez más grandes y el paisaje más remoto, hasta que vio de lejos una que le llamó la atención, no era particularmente notable pero tenía una forma aparentemente cómoda. La superficie era lisa, extremadamente suave y estaba caliente por el sol. El cacique se acostó a secarse al sol abrazando la piedra y en ese momento sintió una profunda satisfacción, como fascinado por un poder colosal que emergía de esa piedra. Y entonces tuvo una epifanía: que esa noche debía sacar a su pueblo de esas tierras por algún motivo desconocido pero absolutamente necesario. De esta forma, Tacú Tuilán pudo salvar a su gente de los horrores que traían los extranjeros, adjudicando a la piedra el motivo de la salvación, declarando que ella fue quien le advirtió de los males que se avecinaban y decidió asentarse en una cueva de la zona rocosa para ofrecerle su agradecimiento y protegerla por el resto de su vida. Desde entonces, cada algunos años, personas de diferentes orígenes, etnias, edades y geografías han dado con la Piedra aparentemente de casualidad, y han tenido diferentes experiencias de diálogo, meditativas, o de algún tipo de conexión especial con la misma, que ha significado un acontecimiento profundo y permanente en estos seres. Algunas de estas personas, luego de su encuentro siguieron con sus vidas, y otras decidieron dedicar el resto de sus vidas a rendirle cultos, agradecimientos y protección a la Piedra, conformando la Comunidad de la Piedra Milenaria.

Costumbres, Cultos y Rituales

Las personas de la Comunidad tienden a comportarse como los minerales que las rodean. Ellos creen que cuanto más cerca están de las piedras, cuanto más se comuniquen con ellas y se parezcan a ellas, más se acercan a la iluminación absoluta. Aprenden a vivir a temperatura ambiente, y no precisan moverse demasiado durante el día, sólo para necesidades básicas. Todas las mañanas cuando sale el sol, la Comunidad se sienta en ronda a meditar colectivamente y agradecer a la Piedra. El amanecer es muy importante porque es cuando comienzan a absorber el calor luego de la larga noche. Toda persona que se incorpora a la comunidad debe pasar por un ritual de iniciación, que consiste en estar cinco días sin moverse abrazando a la Piedra, meditando y conectando con ella. Pasados esos días, el pelo de la persona se vuelve gris, y la piel se vuelve seca y dura. Según su religión, los miembros de la comunidad se vuelven piedras al morir, alcanzando la iluminación que les da la Piedra Milenaria cuando se endurecen y se transforman en minerales inmóviles junto con sus hermanos y hermanas de la Comunidad.

Arte

Texto sobre la experiencia de una joven que en un viaje encontró a la Piedra:

“En el camino de ida, una subida intensa entre flora frondosa y defensiva nos rasguñó los brazos y las piernas hasta llegar a un punto cómodo y lindo, absolutamente solitario. Después de asentarnos y aclimatarnos, saltamos algunas piedras como un juego hasta llegar a unos piletones que parecían ocultos, profundos y fríos, como guardando agua que alguna vez fluyó en una enorme corriente del mismo río. En ese momento pensé en cómo iba a extrañar la sensación de sumergirme completamente, y ver ese panorama verde y vivo. Después de comer ananá y seguir zambulléndome en aguas frías, terminé abrazada a una piedra caliente. Fue perfecto. Más que perfecto. Inefable. El calor del sol de arriba, el calor y la suavidad de la piedra desde abajo, su energía milenaria. Simplemente no podía despegarme, como una estrella de mar. Suspiraba, abrumada por tanta plenitud. Sentí que podía quedarme ahí eternamente: absorbiendo, entendiendo. La conexión fue total. Pensé por primera vez en mucho tiempo estando sola -en realidad en compañía de la piedra- que no quería estar en ningún otro lugar que no fuera ese. La acaricié, sentí su tacto en la palma de mis manos y hasta creí escuchar que me cantaba. Me sentí enamorada, del instante, del sol. Y de la piedra. Un amor romántico en el sentido del complemento, como si hubiera encontrado algo que fuera parte de mí, o como si quisiera ser parte de ella. Y así estuve hasta que el sol dejó de alumbrarme, y un rato más también porque la piedra seguía caliente. Después todo cambió.” Buenos Aires, 2020.